sábado, 14 de diciembre de 2013

Dulce niña de mi mente

Apareció de repente, de la nada, sin que nadie la esperara, una tarde gris plomiza de otoño, cuando las últimas luces del alba se escondían detrás de los tejados de las casas. Mis ojos, reflejados en el cristal de la ventana de la habitación, miraban en la calle la luz de una solitaria farola, que alumbraba el paso mojado por cientos de gotitas plateadas, lanzadas por los árboles que mecían sus ramas al viento.

Era una tarde fría y desapacible. En la habitación, el olor penetrante del incienso que permanecía en el ambiente después de la meditación, mantenía una gran paz en nuestro interior. Ángeles, recostada sobre la almohada de la cama, ojeaba interesada un libro sobre sanación que nos había recomendado un amigo. Cuando terminó de tomar unos apuntes, dejó el libro y el cuaderno sobre la mesilla, se quitó las gafas de lectura y sugirió:

- Acabo de terminar ¿te apetece poner música?

- ¿Que te apetece escuchar? – contesté, dejando de mirar por la ventana.

Mientras Ángeles reflexionaba, el silencio invadió nuevamente la estancia, un hilo fino y aromático de humo del incensario, se deslizó sobre nuestras cabezas. Pasado un instante, respondió:

- Lo que tu desees, sorprenderme.

Con pausado movimiento, conecté el ordenador portátil, y encendí el equipo de audio. Invadido todavía por mi mundo interior después de la meditación, comencé vagamente a buscar sin rumbo, entre los cientos de archivos musicales. El puntero del ratón recorría caóticamente las infinitas listas de archivos, hasta que de repente inconscientemente pinché uno de ellos. El sonido de una guitarra eléctrica rompió el silencio de la habitación, recorriendo un gran escalofrío mi cuerpo de pies a cabeza. Pasados unos segundos la aguda voz del cantante acompañó aquellos acordes diciendo:

Ella tiene una sonrisa
que me hace recordar
las memorias de mi niñez
cuando todo era tan fresco
como el brillo del cielo azul.


Miré a Ángeles que seguía recostada sobre la almohada, su semblante inmóvil mantenía su mirada fija en un punto. De repente frunció el ceño como intentando penetrar el vacío con su vista, se incorporó lentamente sentándose sobre la cama, y con gesto sorprendido persiguió algo por el interior de la habitación.

- ¿Que sucede? - pregunté.

- ¡Carlos!, hay una chica a tu lado bailando - dijo.

Un acto reflejo, me hizo mirar intuitivamente hacia ambos lados, mientras un nuevo escalofrío recorría mi cuerpo de pies a cabeza.

- Estamos solos - afirmé.

- Lleva medias de colores y tiene dos coletas largas que le caen por encima de los hombros – añadió sin reparar en mi respuesta.

- No cesa de bailar – exclamó sorprendida, persiguiéndola con su mirada por el vacío de la habitación.

Volví a mirar a ambos lados esta vez sin mover la cabeza. Podía intuir su presencia, pero no la veía, así que intenté perseguir su recorrido, guiado por la mirada de Ángeles.

- Lleva un vestido corto de lana, un pichi, y es morena.

- Me saluda con la mano según baila, dice que te conoce… y pide ayuda – continuó diciendo.

La clarividencia de Ángeles, le permitía describir con todo lujo de detalles aquel suceso. Desconcertado cerré mis ojos y empecé a relajar mi mente, para poder entrar en contacto con ella.

- Dice que la canción le gusta mucho. No para de bailar y bailar. Pide por favor que la ayudemos – añadió.

Coloqué los dedos índices sobre mis sienes, relajé mi mente aún más, y pedí que me mostrase su imagen. Pasados unos instantes se reveló fugazmente, mientras la canción continuaba diciendo:

Entonces y ahora cuando veo su rostro
me llevará a ese lugar tan especial
y si miro demasiado tiempo
probablemente me deprima y llore.


Aquella imagen me trasladó a mi adolescencia, encajando perfectamente en los recuerdos perdidos de mi memoria. Un nuevo escalofrío sacudió mi cuerpo de pies a cabeza. Claro que me conocía, por supuesto, y yo a ella, fuimos amigos, compartimos bellos momentos, reuniones, bailes, conciertos… Nuestra amistad parecía infinita envuelta por el despertar de la adolescencia. Pero ella desapareció, sin más, de repente, de la nada, igual que acababa de llegar bailando en este momento a nuestra habitación.

Oh dulce niña mía
Oh dulce amor mío.
Ella tiene los ojos
de los cielos mas azules
como si pensaran en la lluvia
odio mirar en esos ojos
y ver una mirada de dolor.


Era increíble, ahí estaba, después de tantos años. Aparecía y desaparecía a su antojo. La música acompañaba su danza, giraba armónicamente sacudiendo una y otra vez por toda la habitación, sus largas coletas negras.

Su cabello me recuerda
un lugar cálido y seguro
donde como un niño me escondería
y rezaría por los truenos y la lluvia.


Se sentía feliz bailando, sus brazos abiertos como aspas de molino, describían suaves balanceos. Su esbelta cintura de adolescente ondulaba al compás de la percusión. Adoraba la música y giro tras giro, vuelta tras vuelta, celebraba ese momento tan especial para ella, jamás había encontrado a nadie con quien poder hablar, y mucho menos que fueran capaces de ver su presencia.

¿A dónde vamos?
¿A dónde vamos ahora?


Hace ya cierto tiempo que sucedió esta maravillosa historia. Ahora estoy aquí de nuevo, sentado, mirando por la misma ventana el paso mojado, escribiendo este relato después de traducir al castellano esta canción, que sorprendentemente podría ilustrar lo sucedido.

Ella apareció de repente, de la nada, más de treinta años después de aquel inesperado accidente, pero por suerte pudimos ayudar a su espíritu, a continuar el recorrido de la verdadera existencia. Jamás había contado a Ángeles algo sobre ella, creo que su recuerdo no hubiera vuelto a mi memoria sin aquella inesperada aparición, pero nada sucede por casualidad. Ella nos necesitaba, pero nosotros a ella también. Fue nuestra primera experiencia en conducir a la luz a un alma perdida, pero además fue un gran paso en nuestro desarrollo espiritual, en el conocimiento del verdadero sentido de la vida, y de la ayuda mas allá de la dimensión en que nos encontramos.

¿A dónde vamos ahora?
Dulce niña
Dulce
Niña
Mía

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