La muerte
En la hora de la muerte, cuando actúa el Rigor, el gallo negro es azotado por la brisa del norte que le hace cantar. Nadie puede percibir su voz, excepto el moribundo. Tal y como nos muestra la tradición en la hora de la muerte, el espíritu del hombre aumenta hasta tal punto que ve cosas que nunca pudo ver.
Aumentan su espíritu y fallecen, y vuelven al polvo de la tierra (Sal. 104-29)
También nos enseña la tradición que a la hora de su muerte, el hombre recibe autorización de ver a sus parientes y amigos fallecidos. Los reconoce pues se le aparecen con el mismo rostro que tenían en su existencia en este bajo mundo. Si el hombre es digno los reconocerá rebosantes de alegría y le saludarán. Si no solo reconocerá a los culpables expiando por sus actos.
Dijo Rabbi Yehudá. Durante los siete primeros días siguientes a la muerte del hombre, su alma va y viene desde la casa en la que residió a la tumba donde reposa el cuerpo, pues es la porteadora del duelo tal y como está escrito.
Su carne se dolerá por él, su alma se lamentará por el (Job 14.22)
El alma regresa a casa y ve a aquellos que están tristes, y lloran al muerto.
La tradición nos enseña, por último, que cuatro ángeles superiores se presentan al alma, sosteniendo en sus brazos una envoltura parecida al cuerpo con la cual lo envuelven. Entonces resuena una voz y aparece una columna de tres colores. por esa columna se sube a la puerta de la Justicia. Si el alma es justa asciende y tiene feliz suerte de poderse unir al Rey mismo. Pero feliz suerte de quien pudiera elevarse aun más arriba, pues podrá gozar de las delicias del Rey, que se encuentra en la región inmediatamente inferior a aquella que llamamos "Cielos". Así pues, allí encontrará las delicias del Dios mismo. Feliz suerte la de aquel que es juzgado y declarado digno de llegar hasta tal gloria, tal y como está escrito.
Pues tu gloria es grande bajo los cielos (Sal 108:5)