Por el camino que va a la ermita, a media hora de la escuela del maestro y en medio del bosque de encinas de Sean, se encontraba un manantial de aguas vivas y claras que remansaba en una charca cristalina, conocida como la fuente de los enfermos.
En la comarca, desde años atrás, corría el rumor de que con los primeros deshielos de la primavera, cuando la sima del alto se cebaba y la charca aliviaba sus aguas por el rebosadero, estas tenían el poder divino de sanar a los enfermos.
Aquella soleada mañana de primavera, paseábamos con el maestro dirección a la ermita, disfrutando del bello paisaje de cimas nevadas. Al llegar a la fuente, alrededor del lugar, un grupo de forasteros esperaban sentados que la charca a punto de colmar, aliviara sus aguas por el rebosadero dando señal así del poder curativo de estas. Aquel grupo de gente, ese fin de semana habían venido desde la ciudad, atraídos por la fama del lugar y la imperiosa necesidad de mejorar sus dolencias.
Al llegar a la charca, el maestro vio aquella gente esperando pacientemente. Se adelantó a nosotros y dando los buenos días a todos se encaramó a una roca cercana.
- Mirad esta fuente de vida. – alzó su voz señalando la charca con la vara que llevaba para caminar.
La gente expectante inclinó su mirada hacia el maestro.
- Estas aguas son como la bendición de vuestro Dios. – añadió - ¿Sabéis de donde procede su poder curativo? – seguramente, todos conocéis a alguien que ha dejado aquí algún mal - afirmó
EL público presente asintió con un gesto mirando al maestro.
- ¿Por que esperáis entonces? – preguntó - ¿pensáis que solo son curativas cuando el nivel el agua empiece a aliviarse por el rebosadero? - ¿creéis que vuestra deidad no podría llenar de virtud este agua todo el año?
Los forasteros más sorprendidos aún, continuaron expectantes.
- Oídme buena gente – añadió - la fe es el poder sanador de cada gota de este manantial. El que desee con todo su corazón mejorar sus dolencias cuando beba o se lave con el agua de este manantial lo hará. Aquellos a los que estando lejos de aquí les acerquéis el agua del manantial, también lo harán. Por que el que cree con todo su corazón que así es, sanará. Incluso antes de que las aguas fluyan por el rebosadero, incluso en los momentos de más sequía de la sima. Así que tengan fe, beban y lávense ahora mismo.
La gente inspirada por la seguridad de aquellas palabras comenzó a disputarse los espacios para acceder al manantial, temerosos que durante el día, el agua no consiguiera colmar por el rebosadero.
El maestro se bajó ágilmente con un salto de la roca y nos dijo.
- ¿Continuamos nuestro camino hacia la ermita? -
Nos pusimos en marcha, y al caminar unos pasos encontramos sentada a una débil niña que se había acercado sola desde el pueblo, unas ojeras malvas remarcaban en su tez blanca unos grandes ojos, que observaban la agitada multitud.
El maestro se detuvo un instante y mirándola dijo.
- Pequeña - ¿Por qué esperas? - ¿No quieres ir a beber de la fuente?
- No tengo ninguna prisa - contestó – ya he estado bebiendo antes – la bendición de mi Dios no sabe de medidas ni tiempo – las virtudes de sus bendiciones son eternas. – dijo la niña.
- Cuando aquellos que su fe es débil hayan terminado, y los que sigan creyendo que el poder de las aguas llegará cuando rebose la charca sigan esperando, iré yo. – Entonces podré quedarme el tiempo que desee en las aguas benditas del manantial.
El maestro puso una mano sobre la cabeza de la niña y dijo.
-¡He aquí un alma maestra! Vino a este mundo a mostrar el poder de la fe.
Entonces el maestro cogió a la niña de la mano y ayudándola a levantarse añadió.
- No esperes entonces pequeña, por que el aire que respiramos contiene el bálsamo de la vida, aspira este bálsamo y sanarás.
La niña, nos miró fijamente un instante a los ojos, aspiró profundamente y con una sonrisa se marchó caminando hacia el pueblo.
Y nosotros, continuamos el camino de la ermita.
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