La relación entre Friedrich Nietzsche y el cristianismo es decididamente polémica y hostil por parte del filósofo. Esa hostilidad se materializará explícitamente en su obra “El Anticristo”, auténtica diatriba de Nietzsche contra el cristianismo y, más exactamente, contra la moral cristiana, que el autor identifica como la base de la moral burguesa de su época que entiende que atenta contra los verdaderos valores de la vida.
El ataque no es contra la figura de Jesús, que considera que conlleva un mensaje distinto al “oficial” y que entiende que representa cosas distintas a las que representará el cristianismo paulino.
Así contempla Nietzsche el mensaje de Jesús como un mensaje introspectivo y al interior del hombre, no contrario a la vida, lo hace en el mismo “El Anticristo”:
Si yo entiendo algo de este gran simbolista, es el hecho de que tomó como realidades, como verdades, únicamente las realidades interiores, que comprendió todo lo demás, todo lo que es natural: el tiempo, el espacio, la historia, como signos, como ocasiones para imágenes. La idea de hijo del hombre no es la de una persona concreta, perteneciente a la historia, algo de singular, de único, sino un hecho eterno, un símbolo psicológico separado de la noción de tiempo. Lo mismo puedo decir, y en el más alto sentido, del Dios de este simbolista típico, del reino de Dios, del reino de los cielos, de la cualidad de hijos de Dios.
Un enfrentamiento moral
El enfrentamiento directo no es con Jesús, lo es con el cristianismo, que atenta para el filósofo contra los valores de la vida, y con los sacerdotes, encargados, de transmitir y preservar la moral cristiana.
Ciertamente Nietzsche apunta en todo momento contra los valores de la sociedad burguesa e identifica esos valores con los valores propios del cristianismo paulino. Lo de "paulino" es importante, porqué es al cristianismo que Nietzsche entiende que funda Pablo o Saulo, y no a otro al que dedica su desprecio y lo considera "antivida".
En la diatriba que es "El Anticristo", título que no se remite al personaje apocalíptico sino al propio Nietzsche, que en ocasiones se refería a sí mismo como "El Anticristo" y en otras como "Dionisos"- no se ataca para nada a la figura de Jesús de Nazaret, como ya se ha indicado lo que dice de él Nietzsche es más elogioso que otra cosa.
Ahora bien, quién es "desmenuzado", quién es objeto de toda su furia es claramente Pablo o Saulo de Tarso, Nietzsche lo considera un criminal, alguien que atenta expresa y calculadamente contra la vida. Contra su manifestación, su esplendor, su plenitud, digamos que contra lo "dionisíaco" en términos "nietzschesianos".
Pablo y Lutero: los “corruptores”
Así que la diatriba que contiene "El Anticristo" puede personificarse en Pablo, en primer lugar, y en Lutero, en segundo lugar.
A un nivel general las invectivas de Nietzsche se dirigen contra la moral instituida por el cristianismo paulino. Que a su juicio genera una serie de pautas restrictivas que ponen cortapisas a lo que podríamos llamar "una auténtica moral de vida y pro-vida".
Esa moral cristiana es la que sigue la sociedad burguesa, la que genera la moral burguesa y esa moral, Nietzsche, la detesta.
Por el mismo motivo que detesta a lo que entiende que la genera: por negar la vida, por negar la potencialidad y el esplendor de la vida. Recordemos que Nietzsche es vitalista, su elitismo es consecuencia de su vitalismo, de nada más.
Y se trata de un elitismo que tampoco es nuevo, curiosamente ya se encuentra en Platón, porque su idea del "superhombre" conecta directamente y en el mismo tipo de "hombre" con la idea que tenía Platón al respecto, y éste “hombre” que es “superhombre” no es otro que el filósofo.
La moral sacerdotal
Así Nietzsche lo que ataca es la moral cristiana y sacerdotal. Puesto que el sacerdocio y los sacerdotes serían los encargados de mantener el dogma de esa moral y vigilar la aplicación y perpetuación de la misma.
Si se sigue "El Anticristo" se observa que Nietzsche considera que en determinado momento el catolicismo "digiere" esa moral y produce una inversión de valores en la misma, que deja a un lado lo colectivo y "objetivo", ese momento es el Renacimiento, que representa el centrar los valores en el sujeto en cuanto individuo y no en el objeto en cuanto a grupo.
El momento supremo de esa escenificación la personifica Nietzsche en una cuestión: el acceso al trono papal de un Borgia. Esto el filósofo lo considera la ironía suprema y, también, la materialización de la inversión de los valores cristianos y la restauración de los antiguos y vitalistas.
Pero surge Lutero y, con él, la reforma y el protestantismo y, con ellos, una vuelta a la moral sacerdotal, grupal, "objetiva" teóricamente, restrictiva y "anti-vida". Así que Nietzsche, en "El Anticristo", abomina de Lutero, en particular, y de los alemanes, en general, por haber destruido lo que ya casi estaba consumado socialmente. Que es el marco dónde a él le importa que se concrete.
Respecto a los judíos, y contra el sambenito que se le carga, Nietzsche no tiene nada en absoluto, ni el menor prejuicio, más bien al contrario, le merecen una buena opinión.
Si se lee atentamente "El Anticristo" se puede ver que cuando su diatriba parece volverse contra ellos en realidad no es así. Es, nuevamente, contra el sacerdocio y la moral grupal restrictiva que éste genera, protege y perpetua, contra lo que se dirige.
Cuando en esa obra habla de los judíos en negativo se está refiriendo -y en ocasiones lo explicita- al sacerdocio judío no a los judíos en sí.
El Anticristo
Pese a su provocativo título la obra El Anticristo de Nietzsche dista de estar relacionada con el personaje bíblico del Apocalipsis o con cualquier asunto satánico o diabólico. En realidad Nietzsche realiza una diatriba, una obra polémica y especialmente ácida- pero no contra la figura de Jesús Nazareno sino contra el cristianismo, pero no contra cualquier cristianismo sino contra el cristianismo paulino, el que surge a la sombra de Pablo y contra su institucionalización posterior, que considera directamente vinculada a las ideas de Pablo.
El subtitulo de la obra resulta mucho más adecuado respecto a su contenido que el título en sí mismo, es subtitulo es Maldición sobre el cristianismo, y aunque no se ahorra truculencia al definir el contenido a través de la palabra “maldición” eso resulta más exacto en relación a la intención y contenido de la obra que la idea de un ataque a la figura de Jesús que no existe.
La crítica de El Anticristo
En puridad lo que se encuentra en El Anticristo de Nietzsche es una virulenta crítica hacia el cristianismo, y de rebote hacia el judaísmo como religión, y no solo como religión en cuanto a su doctrina, que ataca al vitalismo de Nietzsche y a lo que el filósofo considera como auténticos valores sino también en cuanto a Iglesia institucionalizada, y aquí el autor no hace diferencias entre ramas del cristianismo, deplora tanto el entramado institucional católico como el protestante o el greco-ortodoxo, no hay diferencia alguna en ese sentido.
Una clave de la obra se encuentra en la sucesión de título y subtítulo, Nietzsche utilizó diversos sobrenombres para referirse a sí mismo, un era “el Crucificado”, otro “Dioniso” y un tercero “el Anticristo”. Es, pues, Nietzsche quién asume en primera persona el discurso que desarrolla en su obra y es de su propia boca de la que sale esa “maldición sobre el cristianismo”.
La diatriba se dirige no solo a la religión sino más específicamente a sus difusores y sostenedores, aquellos a los que el filósofo llama “clase sacerdotal”, en ese punto es donde centra toda su artillería pesada, y no hace demasiada distinción entre el sacerdocio cristiano o el judío, al que considera antecesor del cristiano. Es preciso hacer una aclaración en este punto, Nietzsche, pese a cierta mala fama cosechada con posterioridad, no es en absoluto antisemita, su antagonismo con el judaísmo como con el cristianismo lo es puramente por la vía religioso institucional y, en realidad, es más exacto definir su postura como anticlericalismo.
Los valores
Naturalmente también tiene una crítica de fondo a los valores que difunde ese clericalismo, pero esa crítica se centra más en los valores que entiende se anulan que por los que se profesan en sí -aunque los desprecia abiertamente-. El autor considera que esos valores cristianos, que se centran en lo que considera la defensa de la “masa”, el igualitarismo y el escapismo de la realidad a través de la promesa de un mundo ultraterreno, reprimen los relacionados con la exaltación de la vida en el mundo, la fortaleza, la pasión, lo natural, entre otros.
A su vez, considera esos valores como “aristocráticos”, pero aquí entra en juego una de las muchas ambigüedades de Nietzsche o, mejor dicho, de los distintos significados que aplica a los términos, porque, para Nietzsche, lo “aristocrático” es oposición de lo “burgués” que, a su vez, identifica con la “masa” como negación del individuo y a los valores colectivos, de ahí su rechazo al igualitarismo que priman por encima de los individuales.
El considerar que la sociedad burguesa y sus valores colectivos se sustentan en el cristianismo es lo que le lleva a su diatriba respecto a este último, y no tanto lo que el cristianismo tiene de consuelo en esta vida con sus promesas de vida futura. En ese sentido es elocuente su buena opinión sobre el budismo, que entiende que aunque sirva como “consuelo” carece de las “contraindicaciones” que, para él, conlleva el cristianismo.
La imagen de Jesús y Pablo
Es interesante observar su buena opinión de la figura de Jesús Nazareno, aparentemente contradictoria con el contenido de su obra, pero es que, como se ha indicado, Nietzsche no carga contra Jesús carga contra Pablo y lo que piensa que significa.
Veamos que dice de Jesús: “Este dulce mensajero murió como vivió, como enseñó, no para redimir a los hombres, sino para mostrar cómo se debe vivir. Lo que dejó como legado a la humanidad es una práctica: su actitud frente a los jueces, esbirros, acusadores y cualquier clase de calumnia y de escarnio, su actitud en la cruz. No resiste, no defiende su derecho, no da un paso para alejar de si la ruda suerte, antes por el contrario, la provoca... Y ruega, sufre, ama con aquello, en aquellos que hacen el mal... No defenderse, no indignarse, no atribuir responsabilidad... Pero igualmente no resistir al mal, amarlo... Evidentemente si no se trata de una opinión especialmente exaltada no se trata tampoco de una opinión negativa, ni mala.
Muy diferente es, sin embargo, lo que opina de Pablo: “En Pablo se encarna el tipo opuesto al de buen mensajero, el genio del odio, de la inexorable lógica del odio. ¿Qué ha sacrificado al odio este disangelista? Ante todo, el redentor: le clavó en la cruz, Pablo quiere el fin, por consiguiente, quiere los medios... Lo que él mismo no creía, lo creyeron los idiotas entre los cuales sembró él su doctrina, con Pablo, el sacerdote quiere una vez más el poder; sólo podía servirse de ideas, teorías, símbolos con los que se tiraniza a las masas y se forman los rebaños”.
Para Nietzsche, Jesús, es una figura de un “buen” y “dulce” mensajero, Pablo no, Pablo es la encarnación del clero y su institucionalización, que actúan por odio a los verdaderos valores vitales e individuales, y por ansia de poder, su medio es el control y la “tiranía” sobre las masas, que es a la vez la fuente de poder de esta “casta sacerdotal” y el objeto de su dominio.
http://filosofia.about.com/od/etica/fl/Nietzsche-y-el-cristianismo.htm
http://filosofia.about.com/od/Obras-Principales/a/El-Anticristo-De-Friedrich-Nietzsche.htm
No hay comentarios:
Publicar un comentario